MI LIBERTAD POR 30 CENTIMOS DE EURO

Vuelvo a recurrir a una de mis anécdotas personales, debido a mi falta de recursos y a la insolitez intrínseca de las mismas. Andaba yo citado temprano una mañana, en un organismo oficial del centro de esta gran capital; pero ante la poco atractiva idea de la cuestión, irremediablemente se me pegaron las sábanas, en lo que entiendo es uno de los colosales momentos de la vida de un ser humano. A duras penas pude levantarme para acudir a tan repugnante mandado. Naturalmente después de hacer el remolón, el tiempo se me antojó justo, por lo cual resolutamente decidí utilizar mi coche, en lugar del transporte público; idea que a la postre no fue tan afortunada, como veremos.
El caso, es que encontrándome ya en el centro de la ciudad, atestado de coches, intenté la proeza sobrehumana de encontrar aparcamiento, cosa que tras muchos intentos, no conseguí. Como el reloj corría inexorablemente, decidí utilizar un parking subterráneo para poder acudir a tiempo a mi cita. Introduje el coche en un parking cercano, cogí el ticket, y comencé a dar vueltas, sin poder encontrar sitio. En vista de las negras perspectivas, decidí bajar de planta en busca de mejor fortuna, al acercarme a la rampa de bajada mi coche impactó con el testigo del gálibo, que indicaba indudablemente que el coche rozaría más adelante, y no sería ya con un testigo. Volví a dar vueltas en la primera planta, con idéntico resultado, y viendo que ya estaba en tiempo de descuento, acudí a la cabina del parking para solicitar que me abrieran la barrera porqué no encontraba plaza, comentándole a la señora lo ocurrido, y es cuando empezó la fiesta.
“Puej su coche si cabe en la segunda planta” dijo la señora con tono gutural y timbre parsimónico sin mayor preocupación, aún cuando le había explicado que impacté con el testigo del gálibo, “puej coches máj grandes han bajado” contestó sin dar mayor importancia; “es posible, pero a lo mejor no eran tan altos” espeté, “si cabe” volvió a decir la cabinera, “bueno mire, es igual, he decidido que no voy a aparcar aquí, tengo mucha prisa, ábrame la barrera por favor” le argumente yo. Aquí se hizo una pausa, duró un instante, pero parecieron horas, vi como en cámara lenta la cabinera levantaba sutilmente la cabeza, me miró (pues no me había mirado hasta entonces), paró de levantar la cabeza, pero continuó levantando los ojos por encima de las gafas hasta mirar al techo, momento en el cual dijo lacónicamente, “si cabe”, de nuevo, se pausó y volvió a decir de corrido “si quiere salir, puej, pase por caja”, indicándome con la mano flácida el cajero automático adyacente, en un movimiento rutinario; es decir, a soltar la mosca. Al oír eso, confieso que se me estiró la espina dorsal, ¿pagar por no aparcar?; se me plantearon mentalmente tres opciones: a) volver a explicarle todo a la señora, opción que descarte por la prisa que llevaba y lo claro que había anteriormente quedado, b) argumentar con la señora la irracionalidad de pagar por no haber podido aparcar y c) sonreír en silencio, coger el coche y arrasar la barrera, mientras fuera de la ventanilla articulo obscenas posiciones de dedos a las cámaras y a la mentecata.
En el mismo momento que iba a tomar una decisión crucial, otro empleado del parking (que supongo había oído la conversación), viene hacia mi gritando simiescamente, “tu coche cabe abajo, claro que cabe cojones” (es importante destacar el tuteo, aunque juro que no conocía a ninguno de los primates con anterioridad); incomodo por no poder haber podido tomar una decisión decuada, al haber sido interrumpido en mi complejo proceso mental, tuve que improvisar para batirme en duelo ahora con dos mosqueteros, todo un desafío. “No cabe señor mío, ya lo he comprobado” le dije dando un paso hacia atrás, no por miedo, sino para posicionarme para un posible contraataque, que lo hubo; “que si cabe leches, anda tira pa´bajo” gritome el orangután, alzando la mano por encima de su cabeza cortado el aire cargado del parking. El tuteo ya me estaba hartando, la imposición me estaba alborotando y el tiempo decididamente matando. “Miren Uds. NO VOY A APARCAR AQUÍ” sentencié, sé que pude añadir el famoso porque no me da la gana, pero no lo hice. Tras digna punzada, paso atrás de los dos cretinos. La mentecata cabinera estaba a punto de claudicar con bandera blanca, por el despliegue de tanta decisión, pero el gibón de las cuevas no, el cual algo ya encolerizado (mira que se cabrean rápido estos sujetos), me volvió a gritar a la cara: “pues a pagar”, sin bajar la mano que antes alzó. No me quedaban cacahuetes en la bolsa, cuando de la misma guarida sale un tercer mandril, diciendo algo similar a lo dicho por su hermano de especie, “que pague coño”, creí oir, con el mismo movimiento de mano abanicando aire. ¡Oh Dios, estoy atrapado!, pensé, son ahora tres mosqueteros, es momento de utilizar mi mejor arma o acabaré como un colador sucumbiendo a sus bajos deseos. Mi valor inspirado me hizo recobrarme de la estocada recibida, y armado de audacia y valor, me erguí y desplegando brazos a lo tai-chi y pronuncie la siguiente sucia amenaza: “miren, como no hay quién razone con Uds. voy a dejar mi coche frente a la barrera de entrada, impidiendo que entre nadie, con lo cual armaré un buen atasco, lio y todo eso. Llamarán a la policía (como si fueran superman), cosa que me importa un bledo, la cual tampoco podrá mover mi coche sin una grúa, y todo esto se lo van a tener que explicar a su gorila jefe. Así que es mejor que me dejen salir, y todos nos ahorremos mucho tiempo, y yo, el dinero que no les debo”.
Mis dardos paralizantes surtieron completo efecto, yu-yu gaboni, creí oír decir al trio de cretinos, como en las películas de Tarzán. Recularon como la Guardia Imperial en Waterloo y con las pupilas dilatadas, el ano apretado y el proceso mental paralizado, la mentecata cabinera me abrió la barrera sin mas, y pude finalmente salir. Desde la ventana del coche, mientras huía de Alcatráz, embriagado por mi triunfo, y recobro de libertad, el conato de berrinche me hizo decir: “por esto señores, Uds. trabajan en el subsuelo y yo en la superficie”. A las pupilas dilatadas, el ano presionado y la mente en blanco, mi sutil postre añadió a los orates una extraña silueta postural con ligera apertura de boca, mientras yo ponía pies en polvorosa Sé que la venganza no es buena, pero joder, sí que es dulce.
Finalmente aparqué fuera y acudí a mi cita justo a tiempo, para descubrir que tuve que esperar media hora más al funcionario de turno; cosas de la administración.
0,30 euros, era el precio a pagar para salir de mi prisión. Pero la cuestión no era el dinero, era la sinrazón de las cosas y el atractivo de batirse en duelo con los neardenthal armados de cachiporras. aunque fueran tres; agradezco a Dios que no apareciese el oso de las cavernas. Ahora confieso que pagaría muchos 0,30 euros por tan gratos momentos.   Sé que cualquier día me parten la cara, pero aquí os espero, perros.

3 comentarios:

Javi M. dijo...

In-con-ce-bi-ble...

Unknown dijo...

Lo leí antes de irme de vacaciones, y lo vuelvo a leer ahora, y solamente puedo añadir: In-con-ce-bi-ble...

Mariscal de Campo Erwin Rommel dijo...

Sigues sin escribir nada en el blog, llevas ya muchos meses, y sigo repasando algunas de tus entradas, que me parecen sublimes.
A ver si te animas y nos sigues deleitando con entradas como esta!.
Me encanta el estilo Reverte de encabronamiento con la sociedad sobre como cuentas las cosas.
Ánimo!
Un saludo!

...y despues descansó.

...y despues descansó.