VUELO AL CABRALES


Moscú – Madrid, ese era mi vuelo. Aeroflot no está del todo mal -pensé optimistamente-, por el irreflexivo reparo a lo ex-soviético; el avión es nuevo, occidental; no una de esas tartanas de la antigua URSS, el trayecto no es excesivamente largo, es de día, así que relájate y disfruta – me dije complacido-. Mas o menos a la media hora de despegar, iba oyendo música de la que me gusta, y estando tranquilo como un caribeño, empiezo a oler algo fuerte, casi lácteo. El olor comienza a aumentar en intensidad, y el olfato pasa a dominar al oído; tras unos pocos minutos, solo existe olor; un olor penetrante, asqueroso, pútrido. El tufo lo inundaba todo, ya no poseía otros sentidos, solo olfato, hasta empecé a llorar. Todo ocurrió en un abrir y cerrar de ojos, de la normalidad se pasó a una peste insoportable en cuestión de segundos. Mire a mis compañeros de viaje, sentían lo mismo, pero estaban algo mas resignados; los cuales manipulaban inocentemente el chorrito del aire para intentar evitar lo inevitable. Decidido en buscar la fuente de putrefacción, me olisquee la ropa, el libro, a mi adlátere; y al agacharme a ver la suela de mis zapatos, por si acaso, alcanzo a ver que bajo mi asiento asoman tímidamente unos dedos de pie, diez, contentos, al aire, pertenecientes al tipo que viajaba en el asiento de atrás; la peste me golpea sin remisión y antes de vomitar me vuelvo a incorporar erguido. ¡Tate!, ya tengo la fuente mortal, me giro poniendo las rodillas en el asiento y por encima de mi cabecero, veo en la fila de asientos de atrás a tres tipos, paquistaníes o hindúes -asumo por su color de piel-, bajo la cabeza y veo que los tres andan descalzos, vuelvo a mirarles gesticulando para ver si entienden mi lenguaje corporal -ese de subir las cejas y pequeño giro de cabeza, ya me entienden-; veo que me miran lanzándome una sonrisa que solamente había visto antes en tiendas de decomisos y que no entendí muy bien. No soluciono nada. Do you speak english?, les digo, me dicen que yes, les digo que por favor se pongan de nuevo los zapatos, que si lo entienden; me dicen no se que leches en su idioma; les reitero mi petición y justo él de detrás de mi, el generador del pandemonio, me pregunta que por qué. Mi educación me dice que se lo diga de nuevo con lenguaje corporal, y le regalo una mirada como diciendo que es obvio ¿no?, para que el chaval entienda que se le han podrido en vida partes de su cuerpo; el tipo no entiende o no quiere entender, y visto el panorama, le suelto que le huelen los tachines y que se ponga los zapatos de nuevo, por favor. Se lo digo medio rudo, medio suave, medio ahogado. La cosa es que el tipo sin mover el cuerpo vuelve a meter los pinreles en el calzado, me lo enseña a modo de prueba; le medio sonrío y vuelvo a mi posición original algo mas satisfecho. El olor aunque persistente, remite bastante y la peste medio se lleva.

...y despues descansó.

...y despues descansó.