Hay una cosa que siempre me ha
fascinado, las mujeres. Y dentro de ese género me han fascinado especialmente
un grupo de ellas muy definido. Aquellas que unen y han unido su vida y destino,
a lo peor del género masculino; sean madres, esposas, hermanas, hijas, amantes,
secretarias, perras o chorbas de mancebía. Y con ello no me refiero a aquellas
que por azar de la vida o por destino son unidas a determinados hombres, sino a
aquellas que a sabiendas de lo que se traen entre manos, voluntariamente o
resignadamente unen su destino a auténticos hijos de puta, asesinos, corruptos,
viciosos, criminales, y toda una ristra de interminables adjetivos. Estas
últimas siempre me han hecho cuestionarme una infinidad de preguntas, sobre las
cuales no he podido perfilar ni una sola respuesta completamente satisfactoria.
La primera fémina que se nos puede venir a la cabeza, pudiera ser Eva Braun,
¿en que coño estaba pensando para unirse a Adolf Hitler?, pero como ella,
miles, cientos de miles. La pueden seguir, la mujer de Sadam Hussein, Imelda
Marcos, Svetlana Alilúyeva, Elena Ceaucescu, etc. Pero mi pensamiento
recurrente, no solo se queda con esposas de personajes históricos de primer
orden, sino que abarca todas aquellas que mantienen una relación con auténticos
hijos de su puñetera madre y cabrones redomados.
Me pregunto como es la vida de
estas mujeres cuando apagando las luces de la alcoba, saben que se acuestan con
alguien que ha firmado u ordenado la ejecución de otra persona, o de cientos de
miles de ellas; con alguien que vive en la completa opulencia, cuando el
prójimo lo hace en la más absoluta miseria; cuando saben que el dinero que
permite su imparable tren de vida no viene por cauces, no ya legales, sino mínimamente
morales; cuando duermen al lado de un traficante de drogas, o de armas, o de
adolescentes ucranianas, o las tres cosas a la vez. Cuando saben que su marido
o pareja o hermano, ha mentido o roba abiertamente a su socio, a sus vecinos, a sus
electores, a su pueblo, a su nación, a todo dios. Cuando su pareja, viene ese
día de robar a punta de pistola un chalet, o regresa ese día con fajos ingentes
de dinero negro de una reunión de prebostes inmobiliarios analfabetos, o con
joyas que hace poco pertenecían a una honrada persona. Cuando saben que su
pareja es un político corrupto hasta la médula. Cuando su chofer, su avión, su
mansión, sus joyas, todo lo que posee no viene del sudor de su frente estirada
quirúrgicamente. Cuando haciendo un simple gesto, un ademán, una llamada, una
sugerencia, siendo fulanita de tal o mujer de cual, consiguen todo aquello que
desean. Que Popeye se haga agricultor, los perros orinen de pie y si se les
pone por montera, determinada persona no vea nunca mas la luz del sol.
¿En que piensan todas estas
mujeres? El amor dicen que es ciego, pero desde luego no es tonto. Sabemos
todos de que amor estamos hablando. Es aquel rincón del corazón donde el poder,
status, la clase, los objetos y el sempiterno cochino dinero, hacen sombra al
amor según diccionario. Que pocos casos de deserción existen, que pocas
quintacolumnistas se conocen, que poca traición, y cuanta alineación. Aún más,
lejos de guardar silencio, en muchos casos, defienden, encubren, cooperan,
ensalzan y alaban, lo realizado por sus hombres, sea lo que sea, caiga quien
caiga.
Me viene a la cabeza, el
personaje de Carmela, mujer de Tony, de la serie de televisión sobre la mafia de New Jersey, Los Soprano. Carmela sabe y conoce lo que hace su marido, y de donde viene el
dinero; sin embargo como buena descendiente de italo-americanos, es católica, y
en su foro interno amargamente se debate entre los justo y lo injusto, pero el
duro debate es breve; pronto tiende la mano de nuevo al sucio y ensangrentado
dinero, que sostiene su burguesa manera de vida, e incluso se autojustifica
pensando que su pecado se expía encauzando a sus hijos hacía un futuro mejor
cimentado a fuerza de talonario, y siempre exculpados del proceder criminal de
su padre. El ejemplo viene pintiparado, siempre hay una excusa, un miedo; pero
al final no conozco un solo caso donde la mano se tienda hacia el otro lado, se
haga una el hatillo y se diga: “ahí te dejo con tu mierda Antoñito, que eres
chusma, y mi dignidad no se compra con oro manchado de heces”. Ni un solo caso
conozco.
En contrapunto, menciono a
aquellas mujeres, que no se dejan mangonear, que no se venden, que no permiten
una mano encima, ni debajo, que no se abren de piernas si no es por voluntad
propia, que se llenan solas la bolsa y el carrito de la compra, que eligen sus
parejas, que son sol y no sombras. Aquellas que llegado el momento saben hacer
una maleta, dar un portazo, y aún con lagrimas en los ojos, parecen siempre que
saben donde van a ir, y nunca miran atrás.
Decía el mejor de nuestro Siglo
de Oro que “Poderoso caballero es Don Dinero”, y tenía más razón que un santo; e
inspirado en esta ley intemporal e inquebrantable, saco yo otro refrán
inventado para la ocasión: “Quién con mierda se acuesta, enmerdada se levanta”.
Les ruego que se tomen un momento
y se fijen en esas mujeres, sombras y secundarias de “grandes hombres”. Para mi
son como moscas de las heces, y con tremenda voracidad. Piensen en que les
empuja y mantiene su unión. Sabrán sacar sus propias conclusiones, no muy
distantes de las mías. Siempre tras un grandísimo hijo de puta, hay un sustento
femenino. Debe ser que por eso las llaman el sexo débil, que se yo.
El otro día vi un reportaje de la
madre y esposa de Pablo Escobar, archi-famoso narcotraficante colombiano de los
90, y si no sabes de que va el tema, a poco que se te caen las lágrimas oyendo
el aspecto humano, cuasi divino y desinteresado del personaje. Con que amor,
con que pasión describían al Sr. Escobar, vamos que a poco te dan ganar de
estrecharle la mano y abrazar su fe, sin pestañear. Esto es a lo que me
refiero. Lo de la madre, pase; que el vínculo biológico es tan fuerte que
justifica casi cualquier argumento, pero el de la mujer no tiene desperdicio.
No se si pensaran lo mismo las miles de madres y esposas a las cuales el Sr.
Escobar les mató a su hijos y esposos. Estas son las preguntas para las cuales nunca encuentro respuesta. Probablemente se necesitaría el argumento forense de un psicólogo, que
seguramente sepa desvelar los secretos de las ataduras misteriosas entre
esposos, cuando la cosa huele a letrina a millas de distancia.
El misterio del mundo femenino se me hace mas misterioso en estos casos. No se quién es mas culpable, el autor del delito o la mujer que lo encubre, justifica, apoya y perfecciona.
Ahora, y antes de que me
acribillen las feministas, pongan un plato encima de la tortilla y alejop,
denle la vuelta, y volvamos a empezar el articulito. Hay una cosa que siempre me ha fascinado, los hombres…, el resto se
lo dejo a Uds.
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