Ayer ví a un
crío por la calle con su padre, ambos en chándal. El zagal no tenía ni tres
años, y hasta llevaba en la mano un chupete. Iba a poca distancia de ellos,
detrás, cuando ven un camión de bomberos aparcado en la calle. De repente el
niño señala el camión, y suelta al padre en un castellano propio de guardería:
“¿papa aleti?”. El progenitor guión de vida, referente paternal, le mira
condescendiente sonriendo y le dice “no, Míguel, es un camión de bomberos, no
es el Atleti”. Nada mas. Al poco les perdí la pista, pero me quede pasmado
pensando, ¡el crio no sabe lo que es un camión de bomberos y si sabe lo que es
el autobús del Atleti!, ambos rojos. Estamos acabados, completamente acabados,
irremediablemente acabados. Me sale el tópico ese de la culpa es de los padres
que los visten….del Atleti, o del Real o del Pájara-Playas. No, es otra cosa,
puta publicidad.
Publicidad,
o la mecha que dinamita nuestro dinero, nuestra individualidad. La intoxicación
de publicidad explícita, súper-explícita, implícita y subliminal, mantienen al
individuo al borde del colapso entre lo individual y lo indefectiblemente
robótico. Ingentes cantidades de gente nacen incólumes, pero crecen y viven al
son de lo que piensan que le gusta, lo que piensan que necesitan, y mueren sin darse
un ápice de cuenta de que nunca pensaron por sí mismos; alguien siempre le dijo
al oído o le dio a ver al ojo, lo que había que hacer, lo que había que vivir.
Triste existencia.
A colación de lo dicho, el otro día
me paré a ver un anuncio, uno de tantos, uno cualquiera. Aparecía un futbolista
famoso, mundialmente famoso e indecentemente rico, anunciando un artículo, uno
cualquiera. Lucía guapo el patán, con su pelo engominado, sus abundantes tatuajes
-completamente carentes de estética armónica- y con sonrisa forzada y ridícula,
imperativo del guión. Cerca, casi con menor importancia aparecía el cacharro
que anunciaba, el asunto a colocar al personal. No tenía absolutamente nada que
ver con el chaval, ni con el fútbol, ni con su juventud, ni con su arrogancia,
ni desde luego con nada que representara el sempiterno pateador de pelotas. No
había conexión entre el promocionante y lo anunciado, ¿o sí?. Claro que lo
había, él postulante tontín es un tipo, como dije, cochinamente rico y famoso,
representa el triunfo social existente más rápido –salvo el primer premio del
euromillón-, ya que con venti pocos años o incluso de adolescente, se pasa de
vida anónima y probablemente pobre o medio pobre, a que chinitos llenen sus
paredes con fotos de tu cara insulsa; hooligans ingleses o no tan ingleses,
vistan únicamente con camisetas numeradas con tu nombre, cambiantes por
anualidades; a que hordas de adolescentes hormonadas, estúpidas y gritonas,
mojen en ocasiones sus braguitas al pronunciar tu nombre y caigan desmayadas
por sobrecarga insoportable, al ver tu perfil de soslayo en el televisivamente
famoso paseo de 5 segundos, del autobús del equipo al hall de hotel de
concentración; que hombres hechos y derechos pugnen como hienas por un asiento
o palco en los estadios y dejen salir a alaridos, en frenesí colectivo, su mas
ocultas bestias; o millones de ciudadanos en ejercicio desarrollador de
analfabetismo funcional lean tus hazañas diariamente en prensa especializada,
sea por tus goles, la falta de ellos, o porque te salió un sabañón el pasado
miércoles a la hora de la merienda.
Este triunfo
social descrito, es ahora el mejor reclamo publicitario; sea para anunciar
enciclopedias ilustradas, baba de caracol o piensos compuestos, o lo que fuere,
un referente en la vida. Sea lo que sea, el careto del gañan en cuestión vende,
y mucho. Es indiferente que el tipejo, pateador de pelotas y sólo pateador de
pelotas, no sepa juntar dos letras o dos palabras, pues eso no se lo exige el
futbol. Pero únicamente con su presencia, su jeta, sus tatuajes y unos polvitos
mágicos del publicista –por otro lado, divertidísima profesión-, se mete en tus
ojos, en tus oídos y hacen que tu anodina existencia junte lazos
–extraordinariamente estúpidos-, con tu adorado ídolo – extraordinariamente
estúpido a su vez-, y mediante la adquisición del producto, aunque sea por un
instante tal vez, mezcle en el éter lo tuyo con lo suyo, lo don nadie con lo de
don todo, haciendo a uno tan patán como su ídolo, y a su ídolo tan rico y
fachendoso como siempre, ¡que momento de felicidad!, indescriptible. Pasado el
vapor ensoñador de la relación íntima imposible, vuelve la calma y retorna la
rutina.
Giras la
esquina, abres de nuevo una revista, y aparece como otro mesías, otro futbolista;
este con largas melenas, diferentes tatuajes redundantes, mas simpático que el
anterior, igual de rico, igual de villano y palurdo; arengando esta ocasión la
compra de otras mercaderías, tal vez un adorable crédito bancario, tal vez un
hortera reloj de pulsera; llena tus ojos, tus sentidos, puedes saborearlo y
añoras poder volver a unirte en cuerpo y alma con tu ídolo, ídolo de todos, aún
cuando fuera solo por un instante. Previo pago del artículo, eso sí, que la
prostitución de tu vida también tiene un precio, mentecato.
Hay mas
ejemplos de publicidad, mucho más; como por ejemplo el del muslamen y la cara
bonita, ambos o por separado; el de agente secreto, el de mujer completa,
liberada e insoportable de una chocolatina light al día; pero a mi el que
realmente me gusta y mucho, es la de los futbolistas, es insondable y perfecta,
libre-directo -utilizando su argot-. Nunca un pelo chabacanamente engominado,
una cara abiertamente cateta, una impávida arrogancia, una insultante carencia
de gusto y una fortuna inmerecida, ha funcionado tan bien en la crianza,
llevanza y gestión de la ganadería ovinamente humana. Nunca tan pocos tontos,
hicieron tan tontos a todos los demás.
Los
personajes utilizados en esta película no corresponden a ningún personaje real concreto,
pero les dejo en concesión y a su arbitrio que pongan la cara y el nombre que les
plazca, hay miles; porqué lo que es a mi -salvo poquísimas excepciones-, estos tipos del fútbol,
me parecen todos igual; como al niño que no sabía distinguir entre el camión de
bomberos y el autobús del Atleti. Hasta ahí, a la tierna y ya paleta infancia llegán los tentáculos del futbol y su agente ejecutor, la publicidad. Estamos acabados, aunque siempre podremos ver fútbol, que es otra cosa.
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