Andaba
yo en mis primeros años de universidad cuando me sucedió la siguiente aventura.
Para no andarme con rodeos voy a decirlo si ambages, suspendí la asignatura de
derecho político de primero de carrera, y no una vez, sino que la cateaba de
continuo. Mientras aprobaba sin problemas las demás asignaturas, arrastraba
cual preso su bola, el puñetero derecho político.
La
primera vez que suspendí era Junio, me pregunte que había pasado, estudiar
había estudiado, comprender lo había comprendido y el examen no me salió nada
mal; pero bueno, me dije, las carreras son duras, no he debido hacerlo
suficientemente bien. Me preparé para septiembre, la convocatoria del vago, y
me preparé a conciencia. Cate, vi en las listas; no es posible pensé, ¡si me
salió muy bien!. Reacio como era y soy a revisar exámenes, visto el nivel de
exigencia, solicité muy humildemente mi revisión. Háganse con la escena;
pasillo de despachos de las cátedras, de ocho a diez compañeros, los tres
primeros chicas, de buen ver, muy buen ver. Comienzo de revisión, entrada de
alumna, pausa, salida. ¿Qué tal, como te ha ido?, aprobado. Entrada, pausa,
salida, ¿qué tal como te ha ido?, jo tía
me han aprobado. Entrada, pausa, salida, y lo mismo, siempre que la revisante
llevara la falda bien llevada. Mi turno, entrada, -su examen esta bien, pero no lo suficiente como para que le apruebe- dijo el profesor, que era una mezcla entre Carpanta y Franco Battiato (del cual
omito el nombre por simple etiqueta y para no cagarme en sus antepasados);
-inténtelo en el próximo curso, como mucho le puedo subir hasta 4´50, pero no
mas- acabo señalándome. No hay mas que hablar. Salida, ¿qué tal, como te ha ido?, pausa, bien... me han
subido de 4 a 4´50, sigo cateado.
Me
matriculé en el siguiente curso y fui a clase del Franco Carpanta, el cual
recomendó para ese curso un libro de mierda de ochenta páginas, y sentenció
que quien aprendiera ese libro, aprobaría el curso. Y a fe que me lo aprendí,
no es que me lo supiera bien; sino que me lo aprendí, literalmente, era como un
ordenador, me preguntabas y te decía texto, página y párrafo. Examen de Junio,
¿qué tal, como llevas el examen?, bien, -que leches, muy bien, mejor que
cualquiera de vosotros, capullos-. Casi me esguinzo la mano escribiendo en el
examen, todo lo puse, todo lo razoné, pues todo me lo sabía del puñetero libro.
Listas de exámenes, dedo arriba, dedo abajo, zas, cate. Me cago en mis muelas,
!no es posible!, esto ya no es problema mío, hay gato encerrado. De nuevo en
contra de mis principios acudí a revisar el examen. Una fotocopia del curso
pasado. Faldas cortas, maquillaje de revisión de examen, "jo tía tu que tal, aprobada tía". Entrada, pausa, salida. Mi turno,
entrada, tome asiento, -me parece que su examen esta demasiado bien- me dice el
mamón. Le pregunto que si está insinuando que he copiado, que me puede
preguntar lo que quiera en ese mismo momento, sin más; y verá que me sigo
sabiendo el puto libro de pé a pá.
Para salirse con la suya, el docente señala muy solemne que no es el momento de
examinar, que ese ya pasó, que es el momento de revisar; estoy a punto de
decirle que lo mismo digo, que no es el momento de pillar copiando si no me has
trincado antes, que es momento de joderse si el alumno ha copiado; pero me
callo por precaución, soltando humildemente que mi examen es probablemente
mejor que la gran mayoría; me dice que es posible, pero que cree que no he
entendido la materia, aún teniendo conocimiento de memoria de ello. Trago
saliva, ¿qué coño quiere decir?, pienso; entiendo y conozco la materia, ¡era
una mierda libro de ochenta páginas!. Le digo que si, que entiendo la materia,
que esta muy claro, que eso del derecho político va de nuestra Constitución y
de cómo se compone nuestro parlamento, autonomías, cámaras, ayuntamientos y
carajos varios, para que la legión de ineptos corruptos que tenemos como
representantes vivan a cuerpo de rey, que fíjese que bien entiendo la materia,
la entiendo perfectamente; aunque creo que todo esto último no lo llegue a
decir. -4,75 puntos es lo máximo que se merece este examen- suelta el Carpanta,
que ánimo, la próxima vez seguro que apruebo. Dilato las pupilas, me tiemblan
las piernas y no digo más, salgo del despacho con mi tercer suspenso. Es de las
primeras veces en mi vida que pruebo de primer plato la aleatoriedad del poder,
de segundo la injusticia sobre el subordinado y de postre la arbitrariedad
estúpida del funcionariado. La frustración es máxima. No entiendo nada.
Me
informo sobre el Carpanta, que como es, que si es muy cabrón, que si tal, que
si cual; por radio macuto oigo de todo, pero todos coinciden en que le gustan
las jovencitas y que si mis piernas tuvieran menos pelos, ya hubiera aprobado.
Que se ha estado beneficiando a una niñata de clase (odio esa clase de zorras),
y que ella y sus amigas han aprobado todas con nota. Seguro que repasaron bien
el temario.
Días
después apruebo Derecho Constitucional, es decir Derecho Político II y lo paso
con nota; !no te jode, menuda base tenía! El problema es que el cate del primero
anulaba el notable del segundo, salvo que lo aprobara en Septiembre. ¡Eah!,
veranito de re-re-re-estudio. Me se el libro al revés, lo se escribir en arameo
y húngaro, y repaso temario fuera de programa para noquear a cualquier
examinador. Septiembre, examen, sin nervios, me lo se, muy bien, que te cagas.
Dos horas y a casa, tan fácil como rellenar el remite de una carta. Pasa una
semana y voy de nuevo a ver las listas, sólo 17 examinados, todos aprobados
menos dos; uno que no se presentó y yo… Hasta ese momento no sabía que me podía
cabrear tanto. Solicito revisión de examen, cambio de neumáticos, bombillas,
aceite, correa del ventilador y hasta escobillas del parabrisas, que me va hacer
falta de todo eso. Salgo pitando a la cátedra con mi suplico y me dice un
subalterno que para un solo alumno no va a haber revisión, ¿cómo? Espeto que
si la existencia del derecho de revisión de examen depende del número de alumnos,
o es que ya se han quedado con mi nombre y no les gusta mi cara. Un nuevo cate
supondría ir a convocatoria extraordinaria y yo que se más, que si la pencaba
de nuevo me tendría que cambiar de universidad, o de nombre, o incluso de sexo,
se decía en los pasillos. Nada, no hay revisión, no hay tiempo, el Carpanta no
da cita. Citas tenías yo con mi rubia novia de menos de veinte y su maravilloso
culo, que eso no era una cita, que eso era un derecho a revisar mis pruebas
evaluatorias. Me cago en casi todo, y maldiciendo en turco, asciendo a los despachos y pillo al
Carpanta dándose el piro a las 12:00 de la mañana. Ya me conoce, sabe quien
soy, me ha visto en primera fila todo el puto año; baja la mirada, pero le
hablo, le digo, le ruego, y finalmente le invito a que se meta en el despacho
agarrándole del brazo, que van a ser cinco minutitos de nada. Veo que medita la
situación, le saco cuatro cabezas y veinte kilos, me sabe caliente y ve que es mejor otorgarme ese
momentito, antes de que le monte el numerito en el pasillo. Entramos en el
despacho; le digo que si me recuerda, me dice que no, el muy canalla; y sigue
diciendo que si he suspendido será porque el examen no ha alcanzado el nivel
exigido. ¡Si no me recuerda como coño sabe que he vuelto a suspender!, que
escoria de tipo. Empiezo a arder por dentro, le exijo que saque mi examen y que
me diga las razones de mi enésimo suspenso. Busca mi examen, y lo encuentra
rápido, claro. Lo mira, lo lee rapidísimamente y me dice que si conozco la
teoría de los ratones de Marx; le digo que no, que no estaba en el temario;
tras ello suelta los papeles y sentencia que precisamente me ha suspendido por
esa teoría, que no hay más que hablar. En ese momento sufro personalmente los
procesos del Dr. Jeckyll, le digo que he venido al despacho para salir con un
aprobado, sí o sí. El Carpanta se envalentona y me sermonea que los títulos
universitarios exigen paciencia y que no hace falta que me ponga nervioso. En
ese momento me pongo de pie, apoyo ambos brazos sobre la mesa y contesto al
orate que no estoy nervioso, -que si me hubiera puesto nervioso, le hubiera dado
ya de hostias y que me hubiera asegurado que con esas putas manos no iba a
firmar más suspensos en esa asignatura- (lo hice, de veras), pero que todavía no
me había puesto nervioso, que era mejor así, -¿no cree Ud.?- le solté. El
Carpanta se quedo paralizado, pálido, lánguido, me miró y atestiguó mi completa
seguridad sobre eso de salir con el aprobado o bien ponerme nervioso. Sin mirar
el papel de examen, me pregunta en tono afeminado, que nota creía que merecía.
-Me merezco un 10- dije sin dudar, -pero me vale con un 8-. -Hecho, tiene Ud. un
ocho, porque se que lleva mucho estudiando la materia y ahora le evalúo en
global-, dice el medio mierda. Coge un lápiz rojo y me cambia la nota. -Gracias,
espero no tener más sorpresas con Ud. durante mi carrera-, le suelto mientras me
voy, sin esperar que diga nada.
Pasé
cuatro años más en esa facultad y siempre que me cruzaba con el cagón mierdero
por los pasillos, de los dos, él siempre era el primero en desearme los buenos
días. Podría estar tirándose a cualquier golfa que ahora es diputada, juez o
notario, pero nadie supo nunca la relación tan intima que tuvimos los dos en su
despacho aquel día. Todo un docente. Se como aprobé derecho político, a lo Al
Capone, pero nunca supe por que lo suspendí, tantas veces.
Un
ocho tuve, aunque me merecía un diez, o mas.
5 comentarios:
Si no fuera por que se a ciencia cierta que esto que me cuentas es el guión malo de un telefilme mediocre, con un director tirando a cutre y cuyo título rima con --ción --a--tal en Antena3, y añadiendo a esta información que en MI España esto no se podría dar dada la integridad absoluta de nuestros dirigentes (en todas sus facetas), si no fuera que todo esto sé, como decía, pensaría que podría a llegar a ser verdad...
Vesos Berdes
Lo pero de todo es que, realmente, aprendiste una lección mucho mas valiosa en esa asignatura que en el resto de la carrera:
Un hombre un voto,
una pistola un voto,
un hombre con una pistola dos votos.
si me disculpáis voy a ir a que me tatúen el jaiku este.
Si tuviera un partido político (y todo se andará), ese sería mi lema, sin lugar a dudas.
En mi segundo de B.U.P. (sí, ese tramo de nuestra vida en la que aprendíamos a ladrar en inglés) tuve una profesora de Literatura Española (en Catalunya se da -o daba- este tipo de asignatura, aunque suene increíble) que marcó mi vida.
Me suspendió un examen por ser demasiado escueto. Era "para subir nota y si lo suspenden no pasa nada" (sí, de las que hablaba de usted a los alumnos... eso debería haber sido una pista).
Mi siguiente examen constaba de dos folios por ambas caras, de letra prieta y márgenes estrechos (como toda tía buena de derechas que se precie) y fue suspendido por "andarse por las ramas, poniendo demasiada paja" (¿a los quince años qué se esperaba? masturbación de mandril, por supuesto).
Así llegué a junio, con básicamente todo mi círculo social (más de los que podría creerse alguien que me haya visto en la época) suspendido.
La cosa acabó bien, porque el claustro tomó medidas y no era la primera vez que sucedía.
Pero mi vida cambió totalmente de orientación (vocacional, se entiende): dejé definitivamente las letras y emprendí mi inútil carrera hacia los suspensos en Exactas.
Yo era de letras, lo juro por Snoopy.
Para ser Guardián de la Sublime Puerta hay que hacer terribles sacrificios. Visto cómo está el patio, el martirio es la única forma de ganarnos un futuro. Claro que siempre es mejor que sea el otro pobre hijo de perra el que alcance el paraíso, y no uno mismo.
En cuanto a Vic, tu viaje ha sido el correcto. Yo hice el contrario, y la lista de frustraciones es larga, y de categoría.
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