Las cosas
que me pasan son ordinarias, no en el sentido pervertido de que tengan mal
gusto, sino que son vulgares, en el sentido de cotidianas, de la gente
ordinaria. El otro día, me situé en el tanatorio, por desgraciados pero
irremediables avatares de la vida; y andaba yo muy triste por la causa que allí
me llevo, compartiendo tristeza con mis seres muy queridos, cuando surgió la
necesidad de obtener un pastor luterano para que realizara un oficio religioso
a la luterana, por deseo soberano de nuestra gran perdida. Y henos ahí,
sorprendidos de que hispánicamente nadie hubiera previsto tal detalle, pero sin
culparnos, ya que no se podía haber previsto el mas primario y triste
desenlace. El caso es que nadie conocía a un pastor luterano. Se pensó en
corro, unos hacían que pensaban, otros pensábamos de verdad, todo se manejaba
con la solemnidad y recato que requería el momento y lugar, hasta que se cayó
en la idea de que el personal propio del tanatorio, curtido repetidamente en el
único y seguro final de la vida terrenal, conocería de sobra, donde y como se
consigue cualquier cosa de las necesarias para estas ocasiones; puesto que
todos los días ven lo mismo, de todos los colores, edades y credos. Prestos a
dar solución a tan perentoria necesidad, acudimos en comisión al parle con la
plantilla.
Perdonen,
¿sabría Ud. darme información para contactar con un pastor luterano?, -¿eh?-
recibimos de respuesta. Venga, de otra manera será mas entendible –pensé-. ¿Qué
si sabe donde podemos encontrar un cura protestante, luterano? – calibrando un
poco mas mi tono ya de por sí triste y lacónico-. – Pues no-, dijo sorprendido
el asalariado – aquí solo tenemos curas “normales”- espetó, miro en derredor a
sus compañeros los cuales asintieron al unísono, ya que en lugar de estar a lo
suyo trabajando, andaban fisgando en lo ajeno, con un casi imperceptible morbo
desarrollado probablemente por su lúgubre trabajo.
Después de decirle gracias
no dije nada, no era momento de sacar las saetas que me llenaban la boca, pero
sin embargo pensé decirle que no pedíamos un cura “anormal”, ni con retraso
alguno, sino uno con diferente credo religioso que el “normal”, el cual intuí
sería católico apostólico y romano, o en su defecto el de Alá, anteriormente
llamado infiel, por aquello de que no manejo las estadísticas de impregnación
religiosa de la sociedad. Vamos que con normal supongo que el orate se refería
a habitual, y no a un religioso con deficiencias. El caso es que esbocé una
sonrisa, al igual que mi binomio, aún cuando este era mucho mas afectado que yo
por el deceso. Volvimos a nuestro poste con la cantinela de solo “curas normales”,
y tras chascarrillos -de nuevo en corro-, finalmente se pudo dar con un cura
anormal, un protestante, hablador de la lengua de Göethe, y sabedor de lo
desviado del protestantismo. -Que si-, dijo el religioso retrasado, aunque
dijera ja, que se sabía lo que había
que hacer a lo protestante. La cosa quedó acordada y como todos los finales
llevan casi el mismo protocolo, se le emplazó al día siguiente en el sitio y la
hora, para que diera la despedida que la ocasión requería.
A la
siguiente mañana, acudí al lugar donde la gente reposa eternamente. Sufriendo,
que lo estaba, presencié la aparición de un religioso alto, espigado, con jeta
y piel de teutón, libro entre las manos, vestido de negro, con sotana como lo
denominaría un fiel de los de aquí, cuello colgante blanco a lo protestante, y
rictus y actitud adecuados para el momento. El cura anormal, dio calor al
triste momento del entierro y a la fría mañana, otorgando la despedida
religiosa deseada, en lengua germánica, pero que entendió cualquiera que quiere
entender las cosas cuando tienen esta enjundia. No pasó mucho hasta quedar finalizado
el acto, cuando el pastor alemán, no un perro, sino el sacerdote “anormal” se
despidió, marchándose de la misma manera que vino. Pena, pésames y abrazos, fue
lo siguiente, y comentarios entre mucha gente que no se había visto en años. Yo
compartía parte de la pena de la perdida con mis amigos directamente
perjudicados, y estando en esa tesitura algunos pudimos oír de un presente –
¡es chulo el uniforme del cura ese!-, nadie cambio su parsimonia, pero aquel
comentario inocente rompió el triste mono tono gris de la mañana, e incluso
saco la sonrisa por estupefacción hasta de los mas allegados al asunto. El
uniformado pastor, de hombres, no de ganado, ya se había marchado y además de
cumplir al detalle el deseo de los interesados, sin saberlo, causó sensación tanto por su vestimenta, como por lo raro de su lengua y lo anormal de su
credo.
Por eso digo
que presencio cosas ordinarias, por no decir vulgares, siendo lo normal el desconocimiento
y lo anormal lo que no queremos conocer, confundiéndolo obscenamente con lo que es o no es habitual.
Descanse en paz mi ser querido, con su rito y sacerdote "anormal", que es como ella quiso.
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