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Antiguas fuentes hispánas señalan que un tal Rodrigo Sánchez y un tal Juan Martín, desertores o abandonados de entre los hombres de Francisco Pizarro cuando este exploraba el sur de Panamá y las costa de Ecuador, yendo en dirección sur, fueron a dar con sus huesos, nada más y nada menos que a Quito, capital del Imperio Inca en manos de Atahualpa, que pudo comprobar con sus ojos que aquellos andrajosos hombres pálidos y de espesa y larga barba no eran dioses, discorde con sus leyendas, sino simples hombres extraños. Se desconoce la suerte que corrieron ambos, pero probablemente fueron exhibidos como animales, se les dio muerte o bien pudieran haber sido sacrificados. Lo cierto es que cuando Pizarro llegó a Cajamarca 5 años después, para hacerle la del pulpo a Atahualpa, no había ni rastro de ellos.